No te llamé a tu casa, ni a tu celular,
tampoco te mandé un email.
Pero mientras mi profesora explicaba algo ya clarísimo para mí,
te llamé.
En una lengua que sólo tu y yo hablamos,
intenté llamarte en pensamientos, en sentimientos,
me canalicé mucho esa mañana tan fría.
Quizás por que siempre me hizo recordar a nosotros, el invierno..
recuerdo como nos refugiábamos en tu cama.
Nos tapábamos y abrazábamos uno al otro. Calentándonos.
No necesitábamos mayor calor que el del aliento del otro.
No estaba tan enferma, no estabas tan herido.
Te abrazabas a mí, sabiendo que nunca te podré rechazar,
y acunándome en ese calor... me prometías un hijo.
Tan perfecto...
que yo no podía encajar ahí,
sabía que en el fondo... sólo era un sueño de tu parte.
Mientras que para mí, como tantas otras veces,
era un proyecto.
Nunca te lo dije,
por sentirme tonta.
Pero también quería curarme por él.
Por nuestro fruto.
Y mientras mirando el frío en la ventanita de la facultad,
te llamé, recordando esas tardes de cobijo.
Pedí tanto, en pensamientos.. que me necesites, que me ames.
Pedí que me llames, que me digas te amo ese día.
Imploré sentir tu viril voz.
Pero no llamaste, tampoco dejaste mensaje.
Y me fui a dormir triste, besando un collar que alguna vez me regalaste.
A tí también te besé, desde muy lejos.
Busqué tu boca y hasta, me pareció sentir tu aroma.

No hay comentarios:
Publicar un comentario